JULIÁN SIN VOZ
Hay niños que temen las miradas y los oídos de los demás, niños habitualmente que tienen problemas de sociabilidad, autoestima y un desarrollo más complicado. Para ellos va este cuento.
Julián era un niño muy tímido. Sentía tanta vergüenza al estar con otras personas, que no se atrevía a decir nada, y se quedaba casi siempre quieto y callado en una esquinita, con temor a hacer un ruido para que nadie le mirase.
Un día, durante una visita de unos familiares a su casa, Juan sintió tanta vergüenza que se escondió corriendo en su habitación. De repente, mientras permanecía escondido, una burbuja de colores apareció ante sus ojos, y de ella surgió una pequeña criatura de orejas puntiagudas y barbilla afilada. El hombrecillo con exagerados gestos de dolor, se tapaba sus grandes orejas con las manos y gritaba:
- ¡Por favor! ¡Para ya! Deja de gritar. No lo puedo soportar
Con el susto el niño olvidó su timidez, y preguntó al hombrecillo:
- ¿Qué te pasa? ¿Quién te está gritando?
– ¿Cómo que quién me grita? – respondió indignado- pues tú..
- Pero si no he abierto la boca…
- Aaahhh….- dijo bajando el tono de voz- ¿pero es que no lo sabes? ¿Nadie te ha contado que tus ojos, tu manos, tus pies y todo tu cuerpo hablan todo el rato? ¡Ahora lo entiendo todo!
Y acercándose sigilosamente a Julián, el duende comenzó a explicarle que cada parte del cuerpo habla su propio idioma sin parar, y cómo cada gesto que hacemos dice unas cosas u otras, en voz bajita o a gritos. Y al final, le entregó un frasquito, dejó caer sus gotitas mágicas en las orejas al niño, y le dijo:
- Ahora comprobarás lo que te digo. Con esta poción podrás ser como yo y oír a través de tus orejas lo que dice la gente sin abrir la boca.
Durante unos cuantos días, Julián pudo escuchar cómo todo el mundo mantenía dos o tres conversaciones, incluso estando completamente callados. Y escuchó a sus papás decirse cosas bonitas con la mirada, y a los pies de la vecina protestar porque el ascensor tardaba en llegar, y a la cabeza del carnicero agradecer a una señora lo generosa que había sido con la propina. Pero lo que más le sorprendió fue cuando en un cumpleaños coincidió con otra niña tímida, que miraba constantemente al suelo y no se atrevía a hablar con nadie. Sus mágicas orejas pudieron oír sus grandes gritos: “¡no quiero estar aquí! ¡no quiero jugar con nadie! ¡odio las fiestas!“ Y sabiendo que no era verdad lo que decían los ojos y los pies de aquella niña, se acercó junto a ella y le contó lo que estaba gritando sin saberlo, y mojó sus orejas con las gotitas mágicas.
Juntos, Julián y su nueva amiga se propusieron investigar qué gestos y posturas hacían que sus cuerpos fueran más callados y agradables. Y así fue como descubrieron que sonriendo, mirando a los ojos, acercándose más a las personas y diciendo “hola” y “adiós” cortesmente, sus cuerpecitos dejaron de ser unos gritones, para convertirse en niños simpáticos que hablaban con su voz y con su cuerpo.
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